miércoles, 9 de diciembre de 2009

18

Entrevista a “Los Viajeros” tras la muerte del baterista Franco Maldonado (1978-2006)
Por Luis González.

Carlos Pizarro alias "Charles Smooth" nació en la ciudad de Concepción el año 1978. Realizó sus estudios básicos y de secundaría en el colegio municipal San Juan Bautista. Allí conoció a Franco Maldonado y a Juan Castañeda. Forjaron su amistad en un medio cargado de música, escuchando viejos cassettes robados o grabados.

Crecieron imaginándose sobre un escenario. Adquirieron una extraña devoción a la imagen de Syd Barret y Jim Morrison. Influidos por la música psicodélica, a finales de los 90's, mientras en las radios y en la televisión aparecían "Los prisioneros", ellos fundaban la banda "los viajeros".

La primera pregunta es para introducirnos en el tema de su banda y como han evolucionado. ¿Cómo Formaron la Banda? Dice González.
Yo respondo, dijo Juan.
Ya habíamos salido del colegio y ese verano Charly llegó a mi casa, yo estaba tratando de sacar una canción de Pink Floyd. Entró a mi pieza y me dijo, tengo una idea increíble, tenemos que formar una banda. Tú en la guitarra, Fran en la batería y yo puedo cantar, me dijo. Yo reía obviamente. Y Un par de semanas después estábamos en la casa de Carlos tocando pura mierda, pero tocando.

¿Cómo fueron sus inicios? Pregunta González
Charles responde mientras bebe una cerveza.
En ésa época, después de la dictadura, todos queríamos vivir al límite, emborracharnos, drogarnos y tocar música. Sentíamos que éramos los herederos legítimos del Carpe Diem. En los noventa no sabíamos nada de música, a veces nos juntábamos en la bodega de mi casa a tocar cosas sin sentido, inconexas. A veces Juanito escribía poemas que musicalizábamos, pero nunca resultaron. Fran decía que debíamos volvernos punkies, que eso era lo que llamaba a la gente. Pintarse los pelos de colores y hacer canciones contra el sistema. También lo hicimos. Tocamos un par de veces en el ágora de la Universidad de Concepción. Yo lo veo como nuestra época inicial, de conocerse musicalmente entre nosotros.
Después de eso comenzamos a buscar nuestra propia música. Llegó Luis Sepúlveda como bajista. Él nos ayudó, nos dio nuevas ideas, dijo que los poemas de Juanito eran increíbles, y empezamos a grabarlos. Después de dos años de experimentación musical, el 2000 nos lanzamos con un demo “los valles perdidos”. Incluimos poemas de Juanito y míos.

Ahora pasemos al tema que nos convoca acá. Hace un par de meses Fran tuvo un accidente. ¿Cómo vivieron la pérdida de Fran?, dice González

Hay silencio. Nadie responde. Las miradas están perdidas. Al final Charles dice,
La verdad, no nos gusta mucho tocar el tema, tú que has seguido nuestra carrera, debes saber que a Fran lo conocimos en el liceo. Vivimos cosas, todos vivimos las mismas cosas juntos. Fran era nuestro amigo, más de 20 años juntos. Nos conocíamos, con una sola mirada sabíamos que algo andaba mal. El Fran siempre fue callado, no decía nada. Su pérdida fue como si un huracán nos llevara.
Supimos el accidente en la madrugada. Micky, nuestro representante nos llamó. Nos contó lo que había pasado. Nadie entendía nada.
Llegamos al Hospital. Hay estaba Juanito abrazando a la Negra, la polola de Fran. Durante un minuto me quedé sin habla, sin pensamiento. Por un instante sentí que todo era irreal, como si fuéramos actores de esas películas en donde los zombies son producto de un experimento genético o como un cuadro de Kandisky
La Negra no paraba de llorar. No la podíamos consolar. Juanito le decía cosas para tranquilizarse, que todo iba a estar bien, que Fran se iba a recuperar.
A las 6 de la mañana un doctor nos dijo que Fran había fallecido.
Charles calla.
Juan comienza a hablar. El funeral fue triste, todos estábamos ahí. Mientras sonaba nuestro primer disco.
Juan comienza a llorar.

Chicos tranquilos, dice Micky, pasa a la otra preguntar mejor Lucho.

Y ahora ¿cuáles son los planes para el futuro?
Luis responde.
Pensamos sacar un disco en homenaje a Fran. Luego de eso nos disolveremos.
El silencio envuelve la habitación, nos miramos entre nosotros pero nadie puede hacer un comentario. La noticia impactó mi corazón, lo aceleró, lo entristeció.

Buenos chicos, gracias por la exclusiva, yo sé que es difícil para ustedes el tema, dice González. Se levanta y sale por la puerta, tras él sale Micky. Conversan de algo. Micky le pasa un fajo de billetes, González ríe y dice, no te preocupes.

martes, 16 de junio de 2009

19

Nadie entiende muy bien el éxtasis. Cada vez que fumo o me tiro un ácido siento el universo condensado en mis manos. Sé que a nadie le interesa lo que hablo. Mis padres nunca me han visto así, como un dios en pañales. Con toda la potencialidad que me ofrece tirarme algo al cuerpo. Estar paranoico un par de días. Correr y correr por la ciudad. Perderme en las calles. Sí. Miento también, digo que saldré con mis amigos, que pasaré el fin de semana en alguna casa. No importa. A nadie le importa. Cuando me dicen estás como loco, me río. A ellos tampoco les importa. ¿A quién le importa nuestras vidas? No somos nada. Nos tememos a nosotros mismos. Miedo y Seguridad, mezcla poderosa. Con armas bajo la cama, con las alarmas de seguridad, con perros de raza pura. Eso les importa, la pureza, la pureza de sus perros, los genes, los apellidos, el auto, la billetera, el cartón de alguna universidad pegado a la pared. No hay destino propio. Somos juguetes de plástico. Todos iguales, sólo nos falta el código de barra en la espalda, cerca del culo para que nadie lo vea en la playa, la piscina, únicamente lo vemos cuando estamos frente al espejo en la mañana mientras nos afeitamos y nos peinamos.
Compramos autos de lujo, y del año. Caminamos por las grandes tiendas con lo mejor en tecnología. Compramos ropa inglesa, alemana, francesa, aunque todas están hechas en Taiwán o China, pero todas vienen con el nombre de alguien, que ni si quiera conocemos, mas lo vemos en un anuncio de la televisión, del metro, del bus. Esa es la verdad. Está ahí, afuera, dentro de un cuadrado con imágenes al azar, disparadas a la velocidad de la luz. Un remolino de publicidad, de ideas, falsificaciones de la realidad.
-¿Te lo vas a tirar ahora? ¡Hey! – dicen alguien, mientras tose por la marihuana en la garganta.
-¿qué pasa?
-¿Te lo tiras ahora? Esto está mejor que la de ayer.
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1…el vacío del universo. Me hundo en el mar oscuro y río de la estupidez del mundo.

martes, 17 de marzo de 2009

14

La madre era una joven alemana que había llegado a principios de siglo y se casó con un joven sureño descendiente de mapuches. Ninguno de los dos era alemán o mapuche, eran ellos simplemente,ese es el sentimiento mestizo, no pertenecer a ningún lado, sólo ser, y ellos eran, eran lo que debían ser en una región.

Luis pasó su infancia en una escuelita rural, esas donde sólo hay un curso con niños de distintas edades, algunos más pequeños y otros más grandes, todos con las manos ásperas y olor a estiércol y tierra. La escuelita era un lugar horrible, la pintura descascarada, las maderas roídas, parecía que en cualquier momento se caería, como esas casas que aparece en las noticias después del huracán. La única sala, era más bien un cuarto pequeño lleno de sillas y mesas hechas a mano, una y otras vez pintadas del mismo color, un café claro, para que no se notara el paso del tiempo, la decadencia del lugar.

La vieja capilla celeste en medio del camino, con su cristo redentor, el salvador de la humanidad, todos nos persignamos para que dios y su hijo sentado a la derecha nos vean y nos salven. El camino de tierra y piedra, largo y lleno de álamos que se mueven al vaivén del viento, de esa brisa que se alimenta de la soledad del campo. Camino lentamente, aún es temprano, las clases comienza más tarde, pero mi padre siempre me echa antes al colegio, el sol aún no aparece, sé que no soy el único caminando, veo a veces sombras, jinetes de campo que llegan al amanecer a sus casas. A ver a sus esposas que los esperan en la cocina de leña con el fuego incidido y las manos en la mezcla lista para hacer el pan del día. El café servido y el olor al pan recién cocinado se mezclan con el aroma de la tierra mojada y el cantar de los gallos. Son las seis o las siete, no importa, el universo es pequeño y explota, comienza a funcionar con la llegada del hombre y su caballo a la casa de campo. Pienso que el camino de arriba, el del cielo y sus estrellas, es la única guía que existe en este lugar, donde los mapas son señales ambiguas. Dobla en la casa rosada, llega a la posta, camina por la cerca, cruza el bosque de pinos, pasas por el puente, llegas al poso de los Monte-Alba, cruzas su fundo y ahí está el lugar donde quieres llegar. Veo como el sol aparece y a los niños llegar a la escuelita, a esa vieja casa en medio de la tierra y las vacas. Veo al profesor con su cara arada por los años, el sol, el frío y la soledad. A veces mi padre me cuenta que se encuentra con el profesor borracho en la cantina del pueblo y que dice que va a matar a todos esos pendejos. En esas noches tengo pesadillas, veo al profesor pateando al suelo a las niñas y luego la escuela quemándose, todos estamos adentro, gritamos pero nadie nos escucha, sólo nos miran y se persignan. Ruegan por nuestras almas pecadoras, sacan sus rosarios, los “ave María” y los “padre-nuestros”.

domingo, 15 de marzo de 2009

15 de marzo

El silencio incómodo de la mañana huele al hedor de las colillas de cigarrillos baratos.

Son las 8:23 AM, el bus aún no parte, lleva casi 10 minutos de atraso. Mira a mi alrededor, y , todos van acompañados por su madres, madres, hermanos, amigos. El hijo se va, el hermano se va, el nieto, en fin, alguien desaparece, se pierde en la lejanía, más allá del horizonte gris de la ciudad. Abrazos, besos y adioses. Miro atrás, tal vez alguien aparecerá y me dirá adiós, pero nadie vendrá, y mis palabras se volveran recuerdos, y con el tiempo mi rostro desaparecerá y todo volverá a ser una imagen de televisor cuando cierra sus transmiciones.

El bus se abre camino entre otros, que son igual de incómodos y desaseados, hasta subir al exterior y el sol aparece como el gran padre del mundo iluminando la gran ciudad, imponente y múlticolor. Mientras el bus se dirige a la carretera infinita, los rostros de la gente se contraen hasta volverse cráneos con ojos, que se desintegran como azúcar en el café. Los edificios se van descascarando, descolorando, agrietándose por el implacable paso del tiempo hasta derrumbarse y volverse nubes de polvo oscuro.




 
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